Lorenza Macini
Antes de ir a la Escuela Sol Naciente estaba muy emocionada y entusiasmada por ir y conocer una nueva realidad. Era un sueño che tenía desde hace muchos años y no veía la hora de vivirlo. Y, justo por este mismo motivo tenía mucho miedo de desilusionarme. El viaje de ida se puso cuesta arriba rápidamente debido a algunas dificultades en los aeropuertos por un problema informático mundial, retrasos, carreras para hacer las conexiones y como cereza en la torta, en Bogotá no me llegó la maleta (me la entregaron 5 días después).
Desde que llegué al Centro Mariápolis recibí muchas muestras de cariño, me sentí querida, acogida y me dieron todo lo que necesitaba. Me encontré en una situación de necesidad porque sin mi equipaje no tenía muchas cosas, situación que me ayudó a aprender a pedir ayuda y a dejarme ayudar, cuando normalmente me situo del otro lado. Cada pequeño gesto lo veía como un regalo y aunque no tenía mi ropa y mis cosas, tenía lo necesario; estaba feliz y muy agradecida. Este imprevisto fue una ocasión para apreciar lo esencial y experimentar la Providencia. Me enseñó a estar menos apegada a las cosas materiales y a aprender a compartir más.
Caminar por la ciudad y ver los muros llenos de colores vivos que reflejan los rostros colombianos, la artesanía local rica en colores y fantasía, la música y los bailes me maravillaron. Tuve la fortuna de conocer algunos lugares estupendos como Guatavita con su laguna, Villa de Leyva, Ráquira, Chiquinquirá, ir a un maratón en Bogotá, visitar el Museo del Oro y algunos lugares turísticos de Bogotá, y admirar la inmensidad de esta ciudad desde Monserrate.
No había pensado que habría tenido algún problema físico debido a la altitud del lugar donde estaba, y sin embargo, me encontré de frente a límites que me imponía la adaptación que tenía que hacer mi cuerpo a todo el ambiente.
Un momento muy fuerte que viví fue el primer día que fui a la escuela. Caminar por los pasillos y ver a los niños que merendaban y jugaban al aire libre me conmovió hasta las lágrimas. Estaba viviendo el sueño que desde hacía tanto tiempo tenía en mi corazón y no lo podía creer ¡Estaba feliz!
Los profesores y todo el personal de la escuela me acogieron con mucho afecto y estaban muy entusiasmados de dejarme estar en las lecciones con ellos. Tuvimos la posbilidad de conocernos con los profesores y con los estudiantes, contándonos nuestras experiencias y viajes, y de discutir sobre el sistema educativo colombiano y sus diferencias con el italiano. Todos se mostraban felices cuando me presentaban algo de la cultura colombiana o me mostraban los lugares más lindos para conocer.
Otra experiencia que fue muy importante para mí fue la de conocer el Centro Social Unidad en Bogotá. Ver con mis propios ojos una realidad construida gracias al deseo de algunas familias y voluntarios que dieron su vida para responder a un exigencia local; caminar por un barrio donde las personas viven en la pobreza, los abrazos, la curiosidad y el entusiasmo de esos niños, me tocó y marcó profundamente. Además pude vivenciar el día del aniversario de la escuela Sol Naciente; fue una hermosa fiesta y una ocasión para escuchar algunas personas que ayudaron a fundar la escuela.
Durante mi estadía en la escuela los estudiantes estaban muy comprometidos preparando el English Day, así que los ayudé realizando material y colaborando en lo que fuera necesario. Ver su creatividad y capacidad artística y manual me maravilló. Los estudiantes se mostraron siempre muy curiosos por conocerme así que constantemente me hacían preguntas sobre Italia y mi cultura, deseosos de viajar y explorar otros países.
En este mes descubrí el motivo por el cual elegí estudiar Lenguas. Cuando era pequeña recordaba que no quería que el idioma fuera una barrera entre las personas, y en esta experiencia lo pude vivir y sentir con mis propias manos. Mi conocimiento sobre el idioma fue, en algunos momentos, un instrumento para ayudar a que los demás pudieran interactuar y entender las conversaciones.
También viví algunas dificultades como por ejemplo limitaciones físicas debidos a la dificultad de adaptarme a 2.600 metros de altura, el tener que salir acompañada de alguno para estar más segura y los horarios y planes que cambiaban de improvisto.
Gracias a este voluntariado tuve el regalo de poder vivir cada día con gratitud, cuidada en mis deseos y amada.
Al final de mi experiencia, puedo decir que se cumplieron todas las expectativas que tenía antes de mi partida. Donámente así, como soy, me sentí instrumento para los demás, y, tanto antes del viaje como durante el voluntariato, nunca me sentí sola. Conocí tantas personas y familias estupendas, y precisamente, una de las cosas más dolorosas fue tener que despedirme de ellas.
Este voluntariado me hizo ver que a veces para los demás no es importante aquello que se hace sino la forma de ser y estar para el otro, y que todos somos instrumento de amor el uno para el otro.
Gracias Colombia por haberme acogido con tanto calor y por tu explosión de colores y vitalidad. Me encantaría poder hacer otras experiencias de voluntariado porque me sentí mi misma y feliz.
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