por Júlia Cerarols Riba
Estuve un poco más de dos meses en La Casa de Los Niños. Empecé la experiencia a mediados de octubre hasta Navidad. Una vez de vuelta a mi casa, lo que enseguida extrañé fueron los niños. El vínculo con los niños de la comunidad y, sobretodo, con los que viven en La Casa, fue muy fuerte.
Antes de viajar intenté no generarme expectativas muy positivas, porque desconocía mucho el país y el entorno donde estaría. Me preparé para el viaje pero en todo momento me lo tomé como una experiencia que seguro que me haría aprender. Me mentalicé que la experiencia sería dura e incierta.
Al llegar al aeropuerto de Cochabamba me sentí muy tranquila. Me recogió Gianluca, que es el responsable de los voluntarios. Me sentí muy relajada al verlo tan alegre y cercano. Recuerdo que en el coche de camino a La Casa estuvimos hablando de su visión de la situación del país y de los niños.
Fue fácil tener a un referente como Gianluca, que ya había sido voluntario en su momento. Él tuvo mucha sensibilidad hacia los voluntarios para que encontráramos nuestro sitio en la escuela, haciendo lo que más nos gusta. Durante el tiempo que duró el curso escolar, por las mañanas estábamos en la escuela y por las tardes ayudábamos en los talleres de La Casa. Yo personalmente, en la escuela impartí clases de inglés y español a alumnos de secundaria y ayudé a la profesora de primaria el resto de horas.
Para mi experiencia fue fundamental encontrar a otros tres voluntarios. Compartir la experiencia con ellos fue un apoyo muy grande, puesto que pudimos pasar mucho tiempo juntos y pasarlo bien. Considero que es importante rodearse de personas extranjeras para poder compartir las sensaciones que vives al estar en un país tan diferente de Europa.
Aunque en algunos momentos no fuera fácil vivir en la casa, ya que había muchas personas y no sabíamos mucho cuál debía ser nuestro rol (a la hora de cocinar, limpiar…), creo que haber vivido en La Casa de Los Niños y en la comunidad le ha dado un valor muy fuerte a mi experiencia como voluntaria. El contacto con los niños y las personas era casi de 24 horas al día, y eso generó un vínculo muy fuerte con mucha gente.
El apego con los niños ha sido lo más bonito de la experiencia. Lo que me llevo para siempre es descubrir el amor hacia los niños y la riqueza de descubrir una nueva cultura y forma de ver la vida
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