Somos Chiara y Cecilia, estudiantes de tercer año de la universidad. En agosto inició nuestra experiencia en Bolivia la cual terminamos los primeros días de octubre. Durante nuestra permanencia en Cochabamba hicimos nuestro voluntariado en el centro Rincón de Luz, el cual acoge niños y chicos desde los 6 a los 17 años con situaciones familiares críticas, y les ofrece diariamente un servicio antes y después del colegio.
Cuando llegamos no sabíamos qué esperar de nuestro voluntariado: teníamos solo una mochila en nuestras espaldas y muchas ganas de ponernos en juego y dar toda nuestra ayuda en cualquier cosa que el centro necesitara. La actividad que nos confiaron fue la de acompañar a los niños en la realización de sus tareas y, una vez que las hayan terminado, preparar algún juego que pudiéramos hacer todos juntos. No faltaban, además, actividades concretas por hacer para el sostenimiento de la estructura del centro: mantenimiento del jardín, reorganización de espacios y de todo aquello que teníamos en los salones.
Nos hospedaron dos familias del lugar, quienes nos acogieron gratuitamente e inmediatamente nos hicieron sentir en casa (aún hoy nos hablamos y nos ponemos al día sobre cómo vamos). Los fines de semana, cuando el centro estaba cerrado, pasábamos el tiempo con ellos viviendo completamente la cultura boliviana y conociendo lugares, costumbres tradicionales y culinarias.
Desde el inicio el impacto con esta nueva realidad nos lanzó a dar todo lo mejor de nosotras para adaptarnos. La diversidad nos puso a prueba ya que se nos dificultaba distinguir cuáles situaciones hubiesen podido ser peligrosas, de aquellas en las que era más evidente esta diferencia cultural. Por ejemplo, el primer tiempo, nos tuvimos que acostumbrar gradualmente al sistema de transporte público en el cual no siempre nos sentíamos seguras. Poco a poco fuimos teniendo más confianza en la gente del lugar y autonomía para movilizarnos.
A primera vista, los bolivianos son bastante desconfiados con los europeos, sobre todo por su pasado histórico como colonia española. El sentirnos vistas como extranjeras, siendo fácilmente reconocibles por la diferencia de los rasgos físicos, hizo que también nosotras pudiéramos entender con mayor profundidad a las personas inmigrantes que se encuentran en un país en el cual la acogida no es inmediata.
Esto quizás no lo hubiéramos podido entender así si no hubiésemos vivido una experiencia de este tipo, la cual nos permitió ponernos en los zapatos del extranjero, abriéndonos los ojos a una realidad que vivimos todos los días también en Italia.
Otro aspecto en el cual adquirimos mayor conciencia es la multiplicidad de formas para afrontar la misma situación. Como italianas, teníamos una forma de relacionarnos con los niños que habíamos forjado gracias a nuestros años como animadoras en varios contextos (oratorio, campamentos para adolescentes) por lo cual teníamos la exigencia de tener todo bajo control en una forma que no era la adecuada para el contexto en el cual nos encontrábamos.
Allí, de hecho, los niños están acostumbrados a tener más libertad a través de la cual se les subraya la responsabilidad de las consecuencias de sus propias acciones. Si por ejemplo, para nosotras el aprendizaje dependía de aquello que habrían aprendido solo si terminaban sus tareas, para la profesora que los acompañaba, su crecimiento estaba más en el entender que si no hacían sus tareas deberían afronta una posible nota de la maestra de la escuela.
En este sentido, entendimos que no hay “una manera correcta y una incorrecta” para afrontar las situaciones, sino diversas formas para lograr el mismo objetivo.
Entre las varias riquezas que nos dejó esta experiencia, particularmente tenemos dos cosas en el corazón. Siempre pensamos que fuese difícil lograr ser como una madre en las relaciones con los demás. En aquel contexto, en cambio, descubrimos que somos capaces de hacerlo, al no retroceder frente a situaciones que racionalmente nos habrían hecho quedarnos inmóviles.
Por ejemplo, hacia el final de la experiencia cuando regresábamos a casa con las camisetas llena de marcas de barro con la forma de las manos de los niños, pensábamos cómo los primeros días esta falta de higiene limitaba nuestras demostraciones concretas de afecto hacia ellos.
Regresando a la vida de todos los días, nos dimos cuenta de todo lo que cambió en nuestra forma de vivir la cotidianidad: ya no nos preocupamos tanto por que las cosas vayan exactamente como las planificamos sino que tenemos una nueva disponibilidad de ser flexibles frente a los cambios; esto nos permite vivir más tranquilamente y a plenitud cada día.
Es una experiencia de la cual continuamos y continuaremos, por mucho tiempo, a descubrir los efectos en nuestra vida cotidiana. Seguramente, la cereza sobre la torta fue poder compartir juntas esta aventura, encontrando apoyo en las dificultades y gozando juntas de las bellezas y de las pequeñas conquistas cotidianas.
Esta experiencia, que nos unió particularmente, es el trampolín de lanzamiento hacia nuevas aventuras a través de las cuales esperamos poder atraer a quienes como nosotras está listo para ponerse en marcha con la mochila sobre la espalda.
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