Dios vino a mi casa y me pidió caridad,
y yo caí de rodillas y lloré
«Amado,
¿Qué puedo dar?»
«Sólo amor», dijo Él.
«Sólo amor«.
San Francisco de Asís, Daniel Ladinsky
Planee este viaje de repente, pero parecía que Dios llevaba planeándolo por mucho tiempo. Solo fue levantar mi voz para que un buen amigo, Edimer, me dijera: ¡Pues vete con milONGa! Había escuchado poco del programa, pero no lo dude.
Antes de viajar tenía un montón de sentimientos encontrados. Sentía emoción por la aventura que emprendía, miedo por la situación que nos impone la pandemia y un poco de nostalgia por no haber podido viajar acompañada de mi esposo. Sin embargo, sabía que el viaje sería positivo. Esperaba simplemente poder conocer nuevas realidades, personas y poder aportar un poco al proyecto de conversión ecológica que hasta ahora inicia en la Mariápolis el Diamante.
Desde que llegué al aeropuerto me sentí acogida. Primero por Christopher y luego por Lucas y María. Recuerdo mi sonrisa al encontrar en la que sería mi habitación un letrero en la pared que rezaba: Bienvenida Lizeth. Y allí comenzaba la aventura.
No es la primera vez que realizo un voluntariado, pero sí la primera vez que lo hago con una maleta o carga bastante ligera. No tenía grandes expectativas a nivel personal o profesional como si las tuve en voluntariados anteriores, simplemente quería conocer, donarme y simplemente estar allí por el poco tiempo que podía (1 mes).
De esta forma, empecé a apoyar el proyecto de conversión ecológica con poco conocimiento, pero con la convicción de la importancia que este transitar hacia la ecología integral tiene para la Mariápolis y la comunidad alrededor. La primera conversación que tuve sobre el proyecto fue más o menos así:
– Liz, trabajas en proyectos, cierto?
– Sí
– Bueno, te agradezco que por favor me ayudes a coordinar.
¡Qué misión tan grande y para tan poco tiempo! Y ¿por dónde empezar? Hubiese podido realizar un papel consultivo y entregar un robusto documento de cómo debía ser el proyecto con sus objetivos, metas, indicadores, recursos, entre otros. Pero, ¿esto para que habría servido? Entonces decidí enfocarme en involucrar a la mayor cantidad de personas en este caminar, que lo sintieran propio era primordial y que cada idea fuera escuchada.
El proyecto sería armado por ellos y aunque estaba segura que así todo será más lento, que en los 30 días que tenía el avance sería minúsculo, aún hoy tengo la plena seguridad de que valdrá la pena.
Comencé a hacer un par de charlas con algunos de los habitantes y no sabía que estas charlas sobre el proyecto ecológico se convertirían en una excusa para acercarnos, compartir nuestra historia, nuestros sueños e incertidumbres. Medimos juntos la cantidad de residuos generados en una semana, lo cual de paso me permitió entender todo el trabajo que debo hacer a nivel personal para contribuir a una conversión ecológica.
Luego cada comida fue la oportunidad para compartir con diferentes personas, poder conocerlos e incluso ponerme en las manos de una bella peluquera para un corte de cabello. Simplemente estar. El mes pasó muy rápido y no sé cuánto aporté al proyecto. Lo que sí sé es que me dejó bellas personas en mi corazón y relaciones para cultivar.